viernes, 8 de febrero de 2013

Dulce olvido.

La situación era distinta a cada momento. Cada minuto, cada hora, cada día, cada puta semana era un estado de ánimo diferente, y la verdad es que nadie tenía la culpa de eso. Era algo lógico, pero nadie hacía nada para remediarlo. Remediar la distancia, el olvido, las ganas de encontrarse, de hablar, de explicar cuantas veces te habías tropezado al día. Ya no había tiempo para esas tonterías, y ni siquiera para lo fundamental de "Hola, ¿como estás?". Ni siquiera para desear las buenas noches, aunque tampoco habían ganas de hacerlo. Hacer todo aquello que en un día era fundamental para todos, y que ahora ha pasado a segundo, tercero y cuarto plano. Hasta el momento más tierno ya era frío, ya no tenía tanta emoción un abrazo. Ni tampoco los besos que nos dedicábamos de una manera un tanto especial. Todo aquello se perdió, ya lo sabía. Lo sabía de sobras que eso se había acabo hacía ya mucho tiempo, pero aún seguíamos engañados, hasta tal punto que nos engañábamos a nosotros mismos pensando que eso nos aliviaría. Pero la verdad es que no, la herida sigue intacta desde aquel día en que dejamos de ser uno, para convertirnos en personas distintas. En personas con maneras de pensar diferentes. En apasionados extraños desde hacía ya bastante tiempo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario