sábado, 10 de noviembre de 2012

Aún no sabe que soy el hombre de su vida.

Aquellos gritos que reaccionaban junto a portazos después daban lugar a H2O en forma de lágrimas y cloruro sódico, ya que eran las lágrimas más saladas que habían resbalado por sus mejillas hasta llegar a su boca y percatarlo. 
En aquel momento ella no era capaz de asimilarlo, pero aquello no era normal. No era nada normal, aunque sí que lo era para la sociedad que está acostumbrada a vivirlo. Tenia una mala visión de lo que significaba felicidad y yo estaba totalmente decidido a cambiarsela. No iba a permitir que la típica mujer guapa con las caderas suficientes para poder agarrarse perfectamente sufriera más daños los cuales ahora nadie podía remediar, claro está por qué: aún no sabía quien era yo. No se había dado cuenta aún de que cada mañana me levantaba a las 7:05, salía a las 7:35 de casa y estaba a las 7:55 esperando en la puerta de la cafetería que cada mañana tomaba el café para que abrieran y la viese entrar exactamente a las ocho empunto para darle los buenos días. No sabía que yo sí que le podría dar los mejores días en la cama. No sabía que aquella sonrisa podría causar daños irreversibles al menos a mi persona si no la volvía a ver jamás. No sabía que ella y su cuerpo podían dar a un tío el mejor polvo de su vida y a la mañana siguiente, con resaca y dolor de cabeza reciente, sería uno más que la despreciaría. No sabía que yo no le haría eso. No sabía que yo estaba enamorado de ella desde el primer momento que la vi sonreír. 




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