Me lo había imaginado aquella noche en mi cama, en el lado izquierdo, durmiendo con una respiración profunda y eternamente enamoradiza. Me lo imaginé dándome las mejores noches, dejándome seguir con la yema de mis dedos toda su columna, pudiendo acariciar su cara, mirarnos y seguidamente sonreír. Sentir que no hay nada más que nos importara. Queríamos sentirnos especiales el uno con el otro, en el momento indicado y en el espacio perfecto. Sabiendo que aquel era el lugar el cual nos correspondía: la avenida de los soñadores nunca despiertos.
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