Sabia que este día sería diferente,
que algo había cambiado. Y cuando lo vi de lejos lo entendí, sabía por qué
pensé eso. Y es que desde lejos notaba su mirada, la búsqueda de la mía desde
hace más de cuatro meses. Porque decidí mirarle, no esconderme bajo una
conversación estúpida, el móvil o un libro de Albert Espinosa. Sabia que era mi
único momento desde hace mucho, y puede ser que hasta dentro de mucho. Y decidí
ser fría, mirar con una cara sin expresión alguna. Y fue cuando estaba delante
de mí, cuando noté que bajó la mirada y, dos segundos después, intentaba mirar
sin que nadie se diera cuenta, como hacía los días en que nos encontrábamos
antes. Lo sabía, sabía que esta vez no se me iba a pasar. Quería ver sus ojos
cruzados con los míos, su pelo alborotado, su media sonrisa forzada, su cuerpo,
su ropa… Su todo.
Y se alejaba, y pensaba en si pudiera parar el tiempo. STOP! Quiero mirarle un
rato más, levantarme y que él se hiciera a la idea para qué cojones me
levantaba. Que ya había aprendido a que la timidez no me servía de una puta
mierda y que ojalá pudiera hacer lo que me apetecía desde hace mucho. Pero se
esfumó, en un segundo, zas… Y ya ha acabado.
Hasta la próxima.
Hasta la próxima.
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